Cuadros de la naturaleza / Joaquín Antonio Uribe

Por: Uribe, Joaquín Antonio, 1858-1935 [autor]Tipo de material: TextoTextoIdioma: Español Series Biblioteca Aldeana de Colombia: (s.l.) : Minerva, 1936Descripción: 168 páginas ; 20x14.5 cmsTipo de contenido: texto Tipo de medio: sin mediación Tipo de portador: volumenTema(s): Literatura colombiana -- Ensayos | Filosofía de la naturaleza | Historia naturalClasificación CDD: C864 Resumen: Los antiguos filósofos, que disertaban al frescor de los bosquecillos de olivos, tan gratos a Minerva, o a la sombra del plátano sagrado, dádiva del piados Brahma; que estaban en intimidad con la naturaleza, como que aun pendían de su seno caluroso y palpitante; que no habían vislumbrado siquiera las maravillas de nuestra prosaica civilización materialista, no sólo creían que son sensibles los vegetales, sino que les concedían una alma capaz de pasiones y de afectos: alma que ama y odia, que se alegra o entristece. Anexágoras y Empédocles genics de la vieja Grecia consideraban las planta como animales imperfectos, impotentes para trasladarse de un lugar a otro, pero provistos de voluntad y sensaciones. Hoy todavía, el tuareg habitador del Sahara, respeta con religioso instinto las palmeras de sus oasis y asegura que cuando el hachea del extranjero abate uno de esos árboles venerables y desgarra sustejidos ricos en savia, delicados e intactos, el tronco lanza gritos como un niño que llora de dolor; lamentamos que conmueven al verdugo y espantan al hijo del destierro. El ilustre Laplace escribió «Aunque exista una gran analogía entre la organización de las plantas y de los animales, no parece suficiente para considerar a las plantas como dotadas de la facultad de sentir, pero nada autoriza a negarles esta cualidad». Los botánicos del día me complazco en citar como excepción de éstos a M. Louis Crié con taimada seriedad niegan que el sueño de alguna plantas y los movimientos especiales de sus hojas o de ciertos órganos florales, sean muestra de verdadera sensibilidad . Mas ¿cómo saben ellos experimentalmente eso que nos enseñan tan orondos y tan graves? ¿Han interrogado eficazmente al tréol que engalana los prados, el espino de oro de las cordilleras a las batatillas de los campos? ¿Qué han contestado ellos? ¿Cómo saben que la oruga, que vegeta inmóvil en una roca, siente, y no siente la mimosa pudica?
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Los antiguos filósofos, que disertaban al frescor de los bosquecillos de olivos, tan gratos a Minerva, o a la sombra del plátano sagrado, dádiva del piados Brahma; que estaban en intimidad con la naturaleza, como que aun pendían de su seno caluroso y palpitante; que no habían vislumbrado siquiera las maravillas de nuestra prosaica civilización materialista, no sólo creían que son sensibles los vegetales, sino que les concedían una alma capaz de pasiones y de afectos: alma que ama y odia, que se alegra o entristece. Anexágoras y Empédocles genics de la vieja Grecia consideraban las planta como animales imperfectos, impotentes para trasladarse de un lugar a otro, pero provistos de voluntad y sensaciones.
Hoy todavía, el tuareg habitador del Sahara, respeta con religioso instinto las palmeras de sus oasis y asegura que cuando el hachea del extranjero abate uno de esos árboles venerables y desgarra sustejidos ricos en savia, delicados e intactos, el tronco lanza gritos como un niño que llora de dolor; lamentamos que conmueven al verdugo y espantan al hijo del destierro.
El ilustre Laplace escribió «Aunque exista una gran analogía entre la organización de las plantas y de los animales, no parece suficiente para considerar a las plantas como dotadas de la facultad de sentir, pero nada autoriza a negarles esta cualidad».
Los botánicos del día me complazco en citar como excepción de éstos a M. Louis Crié con taimada seriedad niegan que el sueño de alguna plantas y los movimientos especiales de sus hojas o de ciertos órganos florales, sean muestra de verdadera sensibilidad .
Mas ¿cómo saben ellos experimentalmente eso que nos enseñan tan orondos y tan graves? ¿Han interrogado eficazmente al tréol que engalana los prados, el espino de oro de las cordilleras a las batatillas de los campos? ¿Qué han contestado ellos?
¿Cómo saben que la oruga, que vegeta inmóvil en una roca, siente, y no siente la mimosa pudica?

Departamento De Lingüística Y Literatura

Español

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